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Estar parada hoy aquí

frente a este extraño espejo en el que tengo el poder de asomar sólo lo que yo quiero de mi misma, es sumamente tentador.

He de confesar que siempre he considerado estos espacios como una las mayores trampas de narcisismo que la tecnología ofrece a quienes no nos basta con saber que existimos, sino que nos esforzamos por confirmarlo.

Es riesgoso sin duda, porque la trampa cobra fuerza cuando exhibirse a sí mismo implica recibir alguna respuesta de otro que encontró una imagen de lo que somos y no la aprobó. Hasta hoy había conseguido resistirme, pero supongo que esto es un juego en el que no intentaré más que cohesionar lo que me resulta intangible, amarrarlo con palabras y darle alguna forma improvisada para leer y releer lo que las ideas provocan cuando se comparten.

Yo decido que es lo que aparece en el reflejo, puedo solo mostrar una mano, asomar quizá la nariz, el dedo de uno de mis pies, los ojos, o aparecer completa y sin ninguna autorestricción.

Al fin y al cabo soy narcisista y me apasiona el riesgo, así que acepto atrapar mi reflexión cotidiana en un par de párrafos sueltos, y exponer mis ideas en esta ventana abierta, desde la que algún día seguro saltaré.

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