viernes, 18 de enero de 2008

*LENGUAJE AUTÓNOMO: SORPRESAS

Son las ocho de la noche, voy de regreso a la casa y no consigo sacudir de mi mente los pendientes del partido. Avanzo a vuelta de rueda sobre Insurgentes, contestando todavía el radio y el celular. La concentración me alcanza apenas para ver la interminable fila de autos casi inmóviles delante de mi.
Escucho una voz detrás, que grita feliz: Mira, hoy también salió la Luna. Caigo en cuenta de que Paulina a sus dos años y medio busca la luna todas las noches y cuando la encuentra define la forma con la que la ve: de uña, de pelota, de cuna, de calabaza. Cada luna le parece distinta.
Las sorpresas son de lo más disfrutable de la vida. Me parece buena idea entonces enlistar lo que en la cotidaneidad me asombra: las luciérnagas que se prenden cuando el polvo salta entre la luz matutina que se cuela por las persianas; el que alguien haya resuelto envolver sobre un cartón varias capas de papel para después de ir al baño, las crujientes hojuelas del cereal, los semáforos; los elevadores (sobretodo si es uno quien pica los botones del piso-destino); los cedros escuálidos que sobreviven en los camellones de Periférico Sur pese al humo y la velocidad de los transeúntes; los puestos de empanadas, hot-dogs, películas pirata, bolsas de imitación y revistas pornográficas que conviven en una misma esquina, el postre perfecto de la comida corrida, los altos brincos de mis perras cuando me escuchan llegar, el mundo de las cobijas... todo es igual pero puede ser percibido de una nueva forma.

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