Alternativa Socialdemó-crata dejó de existir como partido político el domingo pasado. Pero tengo para mí que el proyecto que le dio origen comenzó a extinguirse, absurdamente, tan pronto como esa opción logró permanecer en el escenario político mexicano tras las elecciones de 2006. Como acreditan los testimonios sembrados en la prensa durante los últimos días, desde ese momento se planteó un conflicto por el liderazgo entre Alberto Begné y Patricia Mercado, que acabó fracturando de manera definitiva esa organización. Y a partir de ahora, no sólo ha cambiado el nombre del partido (que ahora será Socialdemócrata, a secas) sino sus propósitos y los medios para conseguirlos.
Aunque todavía es necesario que el Tribunal Electoral resuelva las impugnaciones presentadas por el grupo de Patricia Mercado, todo indica que Alberto Begné ya ganó la contienda por la dirección formal. El domingo pasado no sólo fue reelecto como presidente de ese partido por una asamblea dominada por su “expresión política” (como ellos le llaman a sus fracciones internas), sino que además conquistó todos los puestos indispensables para controlar su operación y, de paso, dejó en claro que la “alternativa” de Patricia Mercado ya no tendría cabida en el futuro de esa organización.
De ahí el nuevo cambio de nombre y también de naturaleza. Si ya había renunciado a la “expresión campesina”, al romper con esa fracción rebelde que quiso nominar al inefable Doctor Simi como su candidato a la Presidencia, ahora abandona la palabra “alternativa”. Una decisión que, en efecto, expresa muy bien el sentido político de este desenlace.
No es difícil imaginar las razones que se tuvieron para llevar el conflicto hasta la ruptura violenta y la exclusión total de los adversarios. El proceso seguido por ese partido para integrar a su nueva dirigencia estuvo plagado, desde un principio, de animadversión y encono. La asamblea celebrada en el DF el domingo 16 de marzo, a la que irrumpió un grupo de golpeadores que expulsó con violencia a Patricia Mercado y a sus partidarios, no fue sino el último (y seguramente el más lamentable) episodio de una serie de despropósitos cometidos a lo largo del proceso. Así lo atestigua el llamado inútil que hizo el vicepresidente de ese partido, Jorge Wheatley, para tratar de evitar la ruptura mediante el diálogo democrático al que esa opción se había comprometido como seña de origen. Pero ese llamado a la sensatez no logró prosperar.
En algún punto del recorrido, los adversarios se convirtieron en enemigos y el proyecto político original sucumbió ante la idea de un liderazgo único e incuestionable, donde el contrario ya no tendría cabida. Y no hay duda de que Alberto Begné tuvo medios más contundentes para imponerse.
Pero se trata de una victoria pírrica. Es probable que Alberto Begné logre salvar las impugnaciones legales y consolidarse en los mandos del partido nuevo, pero será prácticamente imposible mantener vigente el proyecto político que le dio origen y que le llevó a obtener su permanencia en el sistema electoral. La candidatura de Patricia Mercado no fue un accidente en la conformación de ese partido, sino su carta de identidad principal, mientras que la apuesta por una democracia incluyente, capaz de procesar los conflictos políticos mediante el respeto y el reconocimiento mutuo entre diferentes y aun entre opuestos, se perdió por completo en aras de ganar el mando.
Si Alternativa (como se le conocía hasta ahora) se presentaba como una opción viable ante las estrategias fraudulentas, ante la violencia, ante la exclusión de todo cuño y ante la falta de respeto a las personas, a la igualdad y a los valores democráticos, el nuevo partido Socialdemócrata habrá nacido tras la negación de esos principios.
El presidente de ese partido ha defendido con vehemencia el desarrollo y el desenlace de este proceso, mediante artículos, declaraciones y desplegados, alegando que los principios socialdemócratas que sostiene estaban en riesgo por las ambiciones personales de Patricia Mercado. Cuesta trabajo seguir la lógica de ese argumento en sus propios términos y, con mayor razón, cuando la evidencia más importante que ha presentado es que él mismo ya ostentaba el dominio del aparato electoral de su partido.
¿Cómo conciliar la crítica en contra del uso de cualquier medio para ganar el poder con la idea de ganar el poder a cualquier costo para defender los principios? Se trata de una contradicción evidente, que desafió desde su origen la operación y las decisiones tomadas por su dirigencia y que, a la postre, lo ha llevado hasta la crisis de supervivencia que ya está enfrentando. Y el dilema es aún más grave, en este caso en particular, pues ese partido nació, justamente, desde la crítica a las malas artes utilizadas por los otros en busca del poder político, a cualquier precio.
Max Weber escribió, en 1919, que quien se mete en la política, usando los medios del poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, “pues el mundo está regido por los demonios” (La política como vocación). Pero el propio Weber señaló también, en el mismo texto, que la política necesita causas, pasión y mesura. No todo se vale, ni todo el tiempo. En ese sentido, la eficacia no sólo se mide por la acumulación de poder, sino por el éxito de las causas. La nueva dirigencia del Partido Socialdemócrata quizá habrá ganado el poder, pero abandonada a la lógica de esos demonios, ha perdido la causa.
Profesor investigador del CIDE
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