jueves, 17 de marzo de 2011

Auxilio, para no ser Fukushima

Después de las explosiones en las plantas nucleares de Japón, muchos estamos alerta de las consecuencias sobre las vidas humanas, sobre las pérdidas materiales de un país y las repercusiones económicas mundiales. Parece que nos pueden seguir sorprendiendo los efectos de la radioactividad en Fukushima. La devastación no era previsible, sobre todo por la combinación apasionada entre plantas nucleares, terremoto y tsunami. La dificultad para tener información certera y no dispersar falsas alarmas se ha incrementado. Y el factor de especulación que se genera cuando la manos y las mentes de quienes construyeron estas plantas, tienen reducidas posibilidades de intervenir ahora en el proceso de derretimiento del centro nuclear. Esperamos que, como lo dicen expertos de la Agencia Internacional de Energía Atómica y el gobierno japonés, este evento no rebase las consecuencias de Chernobyl. Las críticas a la comparación entre un evento y otro se han dejado venir. Yo haré una comparación aún más descabellada, pero creo que vale la pena arriesgarse. Eliminando incluso la probabilidad de que suceda algún evento natural desastroso, habría que pensar en que lo que construimos puede destruirnos.

Estoy convencida de que prevenir las catástrofes requiere ponerse lentes que acerquen en tiempo y espacio las imágenes de lo que se pudo haber evitado. El viernes pisé las costas de Baja California Sur en las que el oleaje no tenía mayores cambios. En el mar se alcanzaban sólo a ver algunas manchas de mareas desordenadas, que de acuerdo con los locales, no implicaban mayor riesgo. Me sentía alterada pese a que todos advertían que ninguna ola de las del Lejano Oriente arrasarían con el vehículo en el que nos desplazábamos al teatro de la ciudad.

En el trayecto supe más sobre una alerta que había visto dos meses antes en YouTube, sin reparar demasiado. Cuando la vi no la sentí. Pero cuanto estuve frente a la playa en la que más de nueve mil personas se reunieron me paralicé. Me impactó el número en cuanto lo escuché con claridad: 8 446 asistentes formaron un S.O.S para alertar al mundo sobre la construcción de mega minas tóxicas a cielo abierto en ese territorio.

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