Puedo acusarme de edonista. Creo que la mejor manera de disfrutar la vida es siendo conscientes de lo que perciben nuestros sentidos. Vista, oído, olfato, tacto y gusto. A veces uno más que otro. Me gusta comer cerezas de postre, ver el mar, sentir el agua al atravesar las olas, oír que una niña se ríe a carcajadas, el sabor simple del spaghetti con aceite de oliva, el olor de la madera, el café y la canela, el de los libros nuevos y viejos, pisar el pasto fresco, acariciar un perro, morder una tortilla recién hecha con sal. Y no acabaría. Poniendo atención a los sentidos todo parece tener más sentido.
Pero hay otros sentidos confusos: el de hacer o no hacer, el de tomar una actitud o contenerse, el de decir o no decir, el de moverse o inmovilizarse. Igual por eso decimos que algo no tiene sentido si no hay certeza de su destino, e involucramos al sinsentido cuando parece que todo lo que se hace para alcanzar un objetivo quizá no tenga buen término. Entonces hay que perder el sentido y recurrir a la esperanza.
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