En el edificio multitudinario en el que crecí, hacíamos posadas la tarde del día de noche buena. Primero con un nacimiento "viviente" en el que disfrazaban a los niños y los que no alcanzaban personaje se sentaban al rededor a cantar villancicos. Yo montaba obras de teatro con vecinos y primos, escribía guiones que preparaba desde septiembre y que ensayábamos los domingos hasta memorizar y tener todo listo para el gran día. Los rituales fueron cambiando a la par que se me desvanecía la "fe" con la que toda esa representación repetitiva se justificaba.
Hoy me parece lejano todo eso, lo veo como película infantil con muchos colores, con muchas risas y un gusto enorme por jugar al teatrito.
Lo que es un hecho es que ya no requiero referentes religiosos para mantener la ilusión de que la vida es un extraño fenómeno en el que hay que conocerse y vivir intensamente.
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