martes, 19 de octubre de 2010

LA COMBI


Hoy que recorrí el estacionamiento de los edificios donde viví de chica, me acordé de que mis vecinas con las que jugué todas las tardes desde los 7 a los 12 años por lo menos, tenían una combi roja. Por fuera estaba un poco descolorida, pero por dentro era un sueño hecho realidad. Mesita desplegable, cama con cojineta a rayas y una luz interna que aguantaba más que la de cualquier coche último modelo.
Sus papás la usaban porque eran regiomontanos y en las vacaciones se iban a Monterey y a Laredo con toda la familia sobre ruedas.
No se como, un día pensamos que podíamos dormir ahí. Mi mamá se opuso. Por fortuna no rotundamente. Fue de las mejores noches de mi infancia. Bajamos una grabadora, preparamos sandwiches y su mamá nos regaló la caja completa de galletas cuétara (de las azucaradas con canela).
El estacionamiento no tenía nada de especial. En aquel entonces no existían los pocos árboles que ahora son altísimos. Pero nos imaginabamos que desde las ventanillas veíamos ríos y montañas. Debe ser la magia que tienen las pijamas. Es literalmente como ponerse un traje de sueños.
Lo había olvidado por completo. Me acordé de aquella noche para entretener a P mientras llegabamos a la entrada. Ahora P quiere una combi. Prometo que algún día tomaré alguna prestada.

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